miércoles, 1 de junio de 2011

DULCE DE COPOAZÚ: Un sabor que quiere conquistar a colombia

                         


NUESTRA VISIÓN
Queremos ser una empresa productora de frutas frescas las cuales sean identificadas en el mercado como símbolo de calidad y excelencia.
Esto dentro de un marco de compromiso en el largo plazo, de aumento del bienestar general de nuestros colaboradores y participación en el medio social en que actuamos.


Este ideal será alcanzable si logramos tener una compañía rentable y con un crecimiento autosustentable.

NUESTRA MISION
Procesar y empacar fruta de calidad superior, asegurando a nuestros clientes el aprovisionamiento en tiempo y forma, sobrepasando las expectativas y necesidades del cliente a lo largo de la vida del producto.
Brindar satisfacción a nuestros clientes que en definitiva es nuestra única estrategia válida para lograr clientes fieles.

Trabajar con una clara orientación hacia el mercado exterior y con un compromiso formal hacia la calidad y la innovación.


 POLITICA DE CALIDAD


PARA NOSOTROS CALIDAD ES: proveer a nuestros clientes externos e internos de productos y servicios que cumplan plenamente con sus requerimientos e incluso los anticipen, a un costo razonable y en el plazo acordado, logrando todo esto a través de un proceso de mejora continua.

Para que nuestra empresa logre producir y rentar dentro de este contexto de calidad debemos:

brindar satisfacción a través de nuestros productos lo que redundará en clientes fieles. En definitiva el cliente es la razón última de la existencia empresarial.

Adoptar el concepto de "calidad total" como un proceso de nunca acabar, en el que la mejora y la superación sean permanentes.

Lograr la adhesión y el compromiso de nuestros colaboradores en cada uno de sus puestos, sin lo cual la productividad y la rentabilidad nunca se lograrán.

Buscamos la mejor gente y la capacitamos para que desarrollen sus funciones en forma segura y eficiente, brindando oportunidades para el desarrollo personal de todos los funcionarios, considerando las aptitudes, actitudes y opiniones.
También calidad es lograr la satisfacción de nuestros empleados.
Mantener un comportamiento ético en la conducción de nuestro negocio sobre las bases de nuestras leyes y costumbres.
Potencializar el impacto social de nuestra organización en el medio en que actuamos para que la misma sea dinamizadora de transformaciones estructurales en nuestra sociedad.
Cuidar el medio ambiente evitando las contaminaciones que nuestros productos o los procesos productivos pudieran ocasionar.

   PORTAFOLIO DE SERVICIOS

 QUE OFRECE:

Cordial Saludo,  

Para nuestra empresa es grato presentar a ustedes nuestro portafolio de servicios y productos.

Nos caracterizamos por la selección de frutas de la más alta calidad, contamos con personal capacitado en la manipulación y conservación de alimentos.

Disponemos de gran variedad de productos:
Tortas, postres, arroz con leche, lomo de res en salsa copoazu, galletas,
frutas de la mejor calidad al mejor precio.

Nuestra mejor carta de presentación son nuestros clientes, surtimos restaurantes, supermercados, tiendas y público en general.

Somos una empresa seria, responsable y con un excelente grupo humano capacitado.



Los productos  que ofrece COPOAZUL son bienes de consumo no duraderos, 100% naturales y caseros.







El agricultor Leoncio Tomichá Pardo muestra las plantas de copoazú que habitan en su chaco de la comunidad guadalupe, ubicada al noreste de la capital Huilence.

Hay muchas formas de escribir su nombre, y todas son válidas… Lo cierto es que no importa cómo se pronuncie o se escriba, su sabor es único y vale la pena probar. En la amazonia boliviana cada vez hay más cabida en los chacos. La planta no sólo tiene un crecimiento rápido, sino que su futuro es promisorio

El olor a naturaleza se siente apenas se llega al aeropuerto de Riberalta. Se va haciendo más intenso a medida que se avanza tierra adentro. La tupida selva se abre ante los ojos, mientras se la recorre por estrechos caminos. Allí, en medio del monte y lejos de la agitada ciudad, se encuentra la parcela de Leoncio Tomichá Pardo.

Estamos en la comunidad de San Antonio, al noreste de la capital riberalteña. Como todo agricultor, el hombre, de 72 años, extiende sus manos callosas y ajadas, en un fuerte apretón… Orgulloso nos muestra su chaco. Resulta curioso que en medio del arroz, maíz, plátano y yuca crezcan plantas de copoazú. “Antes no las conocíamos”, advierte don Leoncio. Y tiene razón. Si bien es un producto amazónico, no era común cultivarlo en Bolivia.

Cuando en 1997 a don Leoncio le hablaron de probar con este nuevo fruto, él lo hizo con cierta cautela. Pero los resultados han valido la pena.




 Hoy en día lleva cuatro años cultivando copoazú, tiene 450 plantas en más de media hectárea y ha recolectado 1.000 kilogramos.

Muy distinta fue la actitud de Christian Ñoco Nakamura, que no la pensó dos veces cuando escuchó de este fruto, que algunos dicen que es una palabra tupiguaraní, que significa cacao grande. “A mí me gusta arriesgarme, así que le metí 1.000 plantas de una sola vez”, afirma tajante. Su instinto no le falló. Recientemente, con 1.300 plantas, ha recolectado 6.000 kilos y ha ganado 10.800 bolivianos. “¡Está mejor que andar en burro!”, dice sonriendo. “Es que antes no había más que arroz y castaña, ahora, con el copoazú, la cosecha es larga. Trabajamos con sistemas agroforestales y tenemos actividad todo el año. Es decir, primero, maíz. Cuando lo cosecho, saco castaña. Después recojo el copoazú y enseguida el arroz…”, explica el también vocal de la Asociación de Productores de Copoazú, que tiene 156 socios activos.

Vale la pena detenerse, por un momento, en los sistemas agroforestales a solicitud de Rolvis Pérez, de la Fundación Amigos de la Naturaleza. El técnico, entonces, explica: “En este sistema de cultivo se asocian los árboles maderables (mara, roble, castaña, copaiba) con especies agrícolas (arroz, frejol o copoazú). La idea es combinarlos, que se alternen, se recuperen las zonas degradadas y se generen ingresos”. Hay que reconocer que la Theobroma grandiflorum, como es su nombre científico, no es muy trabajosa. Eso le valió cuando, en la década de los 90,  




El Instituto para el Hombre, Agricultura y Ecología (IPHAE) escogió el copoazú de una lista de 12 frutas amazónicas y la presentó como alternativa productiva a los campesinos de la zona, que suelen ser inmediatistas. El copoazú cumplía varios requisitos a favor: el cultivo es rápido (a los cuatro años se tiene una producción comercial) y cuando madura, el fruto cae y tiene un sabor promisorio. Esta planta mediana se distingue fácilmente en los chacos, como el de doña Iris Villanueva Melgar (43).

Una hectárea alberga a 400 plantas, y, en promedio, de cada una se puede obtener diez kilos. Es decir, sacando números, una parcela bien manejada puede estar produciendo entre 4.000 y 6.000 kilos por hectárea. “Es bien nomás”, afirma doña Iris, que lanza sus propias cifras: “Yo saqué, este año, más de 1.000 kilos, sin contar los que nosotros consumimos. Se vende bien”.

La zafra empieza en enero y no termina hasta mayo; durante este tiempo, los cocos se pueden ver regados por la tierra. En el interior se encuentra un 30 por ciento de pulpa (tiene un acidez similar al limón), un 20 por ciento es semilla y un 50 por ciento es la cáscara. Pero después que el IPHAE promovió el sistema agroforestal, nació una asociación y luego se vio la necesidad de buscar mercados para vender; así surgió Madre Tierra Amazonia S.R.L., que completa una cadena productiva, en la que el 30 por ciento de la empresa pertenece a los productores de copoazú.

Ya de vuelta en la ciudad de Riberalta, una moto (el medio de transporte por excelencia en la zona; los taxis son casi inexistentes) se encarga de llevarnos a conocer Madre Tierra. Álvaro Suárez es el gerente. Tras un portón de madera, el joven administrador nos presenta su producto estrella: la pulpa congelada de copoazú. Antes de abrir las frías puertas de las congeladoras donde las guardan, Suárez recorre mentalmente el proceso de trabajo: “Al ser una fruta perecedera, dura cinco días como máximo, se tiene que recoger el fruto todos los días y dejarlo acá, porque una vez que se seca, ya no es apta para pulpa, aunque la semilla sirve, porque de ahí extraemos el cupulate (chocolate) y la manteca. 
Por suerte las comunidades están cerca”.

Los cocos sanos pesan entre un kilo y un kilo y medio. En una cabaña de recepción se los revisa uno por uno. “Sólo nos interesa el fruto de primera calidad”, agrega el Gerente. Después se lo lava, se lo descascara, una máquina se encarga de sacar la pulpa (cada cinco minutos procesa cinco kilos) y se envasa.




El año pasado, Madre Tierra Amazonia produjo 25 toneladas, en lo que va de 2009 son 33 y la apuesta para 2010 es de 40. “Cada año aumentan las áreas de cultivo”, añade Suárez mientras camina por la pequeña planta, en la que trabajan seis personas, y en época de zafra se contrata, eventualmente, a 25. ¿Bastantes? “Es que se procesan 3.000 kilos por día en el lapso de nueve horas. Como no se manejan conservantes, todo tiene que ser rápido. Desde que se rompe el coco (literalmente de un golpe) hasta que se lo coloca en la cámara en frío, no pueden pasar más de 20 minutos, porque se pierde calidad”, responde Suárez.

Claro, el esfuerzo da recompensa a todos: al agricultor, por ejemplo, se le ha subido su ganancia de un boliviano a dos bolivianos por kilo, mientras que Madre Tierra en 2008 comerció 26 toneladas. La organización está en un proceso de certificación orgánica y eco social (similar al precio justo), y según su política, la economía también puede ser solidaria. “Cuando hay mejores ganancias, se paga mejor por el fruto”, dice el gerente.

La palabra biocomercio engloba todo el proceso de industrialización, desde la cosecha hasta la venta. La Fundación Amigos de la Naturaleza es experta en el tema y por ello apostó por trabajar en forma conjunta con la empresa que industrializa el copoazú en Riberalta; como dato: esta entidad pretende potenciar, este año, 86 iniciativas, como la de Madre Tierra. El objetivo es conseguir el mayor beneficio para el agricultor, a largo plazo, lo que obliga a hombres y mujeres a proteger la fuente de sus ingresos. 




“El copoazú a uno lo saca de apuros”, resume don Leoncio.

El 80 por ciento de Ama-frut, la marca que creó Madre Tierra para la pulpa congelada, se queda en la calurosa Riberalta. Es común ver carteles que ofrecen jugos y helados elaborados con el fruto amazónico. De la pulpa se hacen refrescos (delicioso, de verdad), vinos y licores, y de la semilla se obtienen manteca y aceites, que son la base para productos cosméticos (la famosa marca Natura, de Brasil, lo emplea por su comprobado poder de hidratación). “También se preparan mermeladas y cupulate, aunque en menor cantidad. Estamos más concentrados en producir materia prima”, dice Suárez. Este comercio también llega a Trinidad, a La Paz y, por supuesto, a Santa Cruz. Quieren exportar, pero primero aspiran a conquistar el mercado nacional.

El copoazú ha ganado tanta popularidad, que hay 300 familias repartidas en 21 comunidades del municipio de Riberalta que se dedican a su recolección; en Guayaramerín hay alrededor de cinco y otro tanto en el municipio Gonzalo Moreno, de Pando. Eso sí, el 90 por ciento de lo que se produce en la amazonia boliviana se concentra en Riberalta, aunque lo que genera está lejos de los índices económicos de la poderosa castaña, que por exportaciones obtiene entre 50 y 70 millones de dólares.

Los seguidores del fruto amazónico saben que no pueden hacerle sombra, pero lo que quieren es que el boliviano descubra el sabor único de su copoazú.

805 de la producción de copoazú es consumida en Riberalta. De las 26 toneladas que se produjeron el año pasado, 22 se quedaron en el departamento y sólo tres se comerciaron en Santa Cruz

200 mil kilos o si quiere hasta un millón, es la capacidad de producción que tiene la planta de Madre Tierra, en la que se obtiene la pulpa de copoazú

Los champùs de Doña Roxana

Son artesanales. Se basan en castaña, en su aceite y leche. Y la “fórmula de la abuelita” está mirando con buenos ojos al copoazú y al aceite de majo. Uno de sus secretos es el uso de agua de lluvia como materia prima.

De niña su madre solía realizarse masajes de almendra en su frondosa cabellera; por ese tiempo, ni por curiosidad se le cruzó la idea de hacer su propio champú y acondicionador. Pero las cosas de la vida la llevaron a volcar su mirada en una creencia arraigada en el pueblo…



 “En Riberalta, la gente siempre ha usado almendra, porque ponía bonito el cabello, lo tonificaba y revitalizaba. Me di cuenta, por ejemplo, que los ancianos que la usaban no tenían canas o tenían pocas. Le pregunté a una mujer de 80 años cómo se cuidaba, porque no lo tenía ni picado, mientras que el mío estaba mal. Me dijo que su secreto era el aceite de almendra”, recuerda Roxana Pinto.
Después de un tiempo se encontró con unas señoras que ofrecían champú en una feria, y doña Roxana se dijo a sí misma: “¿Y por qué no puedo hacer lo mismo?” Una de las mujeres fue a su casa a enseñarle cómo prepararlo, le dio la fórmula básica, pero luego empezó a experimentar con aceite y con leche de almendra, aunque descubrió un mejor aliado: en lugar de usar agua destilada, era mejor emplear el agua de lluvia. Sus familiares, amigos o todo quien llegaba a su casa en Riberalta probaba la efectividad de la fórmula que doña Roxana escribía minuciosamente en un cuaderno. “Me obsesioné”, añadió.
Su primer champú fue de un litro, que lo dividió en varias partes y lo vendió a sus conocidos. Seguidamente, fue aumentando las cantidades hasta llegar a 100, 250 o 1.000 unidades. “Ahora último hicimos 3.000 unidades, cada una de 450 ml”, dice la propietaria de una marca que está recibiendo el apoyo de la Fundación Amigos de la Naturaleza (FAN), como parte de su programa de biocomercio. Champú Roxana, como se llama, es artesanal y es en los meses de lluvia cuando se guarda parte de la materia prima que le servirá para su producción. Gracias a FAN ha mejorado el tiempo que destina a su elaboración. “Al principio, dice ella, tardaba mucho. Comenzaba a la una de la tarde y no terminaba hasta las siete de la noche. Pero vino un químico de FAN, que me enseñó a hacerlo en dos y tres horas. Reducir el tiempo ya es ganancia”, detalla Pinto, que ahora ofrece no sólo champú de almendra, sino también de manzanilla y de aloe vera.
La fórmula de la abuelita, como dice doña Roxana, está mirando con buenos ojos al copoazú y al aceite de majo. En su fábrica, tres mujeres la ayudan; el secreto está en batir con calma, sin perder nunca la paciencia; jamás, dice ella, hay que hacerlo con prisa, porque se hace agua. “Uno tiene que tomarse su tiempo para hacer las cosas como se deben hacer”, resume la propietaria. Todavía tiene muchas cosas que mejorar si quiere ser competitiva, como aprender algo de costo o mejorar el diseño de su presentación. Ella es consciente de que todavía le queda por delante un largo camino, pero su sentido común se ha unido a su conocimiento empírico, y ambos le dicen que su champú dará que hablar.

30% es la cantidad de pulpa que tiene un fruto como el copoazú (el cacao tiene menos). La semilla representa el 20 por ciento y la cáscara, el 50 por ciento.



Es un buen cultivo el copoazú. Todo el tiempo da cosecha y, cuando no hay nada más, uno recolecta los frutos del piso y los vende por harta platita”, asegura don Leoncio Tomichá Pardo, un agricultor de 72 años de Riberalta. No le faltan razones para hacer tal afirmación ya que, sólo el 2009, vendió cerca a mil kilogramos de copoazú (Theobroma grandiflorum), a cuatro bolivianos por unidad.

El alto costo de este fruto en el mercado es sólo uno de los atractivos que tiene para los campesinos amazónicos. El pariente del cacao es fácil de cosechar, requiere pocos cuidados (ya que está en su medio ambiente) y puede ser industrializado de diversas formas. Es por ello que la empresa Madre Tierra Amazonía S.R.L. decidió hacer de los derivados de esta planta su principal veta.

De la pulpa al vino

El copoazú, también conocido como cacao blanco y cupuazú, es un fruto tradicional del Amazonas. Pariente cercano del cacao, comparte muchas características con esta especie. Tiene la apariencia de un coco alargado, grande y sin pelos que, cuando está maduro, cae del árbol. El productor lo recolecta del suelo y parte la dura cáscara para acceder a la pulpa y las semillas.

Mientras muestra como se abre el coco, don Leoncio recomienda no comer la carne “así nomás”. “Es muy agria, casi como un limón”, asegura. “Lo que hay que hacer es licuarla para que la señora (su esposa) nos prepare un rico jugo”, agrega sentado a la sombra de un árbol de su terreno.

La pulpa es lo que más vale del copoazú. Esta carne vegetal, una vez separada de las semillas, sirve para preparar jugos, helados, mermeladas e, incluso, vinos.

“Nuestro producto estrella es la pulpa congelada”, asegura el gerente general de Madre Tierra, Álvaro Suárez Cerce. La alta demanda en las ciudades de Riberalta, Trinidad, La Paz y Santa Cruz confirma tal afirmación.

Los agricultores también son conscientes del aumento de la preferencia de los clientes por la fruta. “A la gente le gusta mucho el copoazú. La empresa cada vez nos pide más y estamos vendiendo harto... felizmente”, afirma Inés Villanueva Melgar (45), una de las productoras de la comunidad riberalteña de San Antonio.

Uno de estos clientes es Silvestre Maradey Pérez, poblador de Riberalta. “El copuazú es una de las cosas más ricas que he probado en mi vida, especialmente el jugo”, opina y no es el único. Casi todos los restaurantes de la ciudad beniana ofrecen esta bebida refrescante en sus menús.


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